UNA BALA EN LA CABEZA. LA REEDICIÓN DE LUJO DEL DEBUT DE RAGE AGAINST THE MACHINE DEMUESTRA QUE SU METAL DE IZQUIERDAS SIGUE MÁS VIGENTE QUE NUNCA.
El debut de 1992 de Rage Against the Machine es una granada que sigue explotando; entre los álbumes de los 90, sólo Nevermind (Nirvana) y The chronic (Dr. Dre) rivalizan con él en cuanto a impacto cultural en EE UU. Rage hicieron de su funk metal con matices de hip-hop la nueva banda sonora para la rebeldía, apoderándose de la alienación generada por los holgazanes del grunge y logrando que los eslóganes marxistas parecieran repletos de mala hostia. Como cualquier buena secta revolucionaria, Rage no carecían de contradicciones y tensiones: las rimas de aspiración académica de Zack de la Rocha predicaban la revolución de izquierdas; el guitarrista y arquitecto sonoro Tom Morello practicaba un control casi autoritario y una extrema precisión técnica mientras imitaba sampleados, despachaba acordes atronadores y, ocasionalmente, se marcaba unos indulgentes solos casi New Age (escuchar Township rebellion).
Remasterizado con una limpieza de museo, el álbum reeditado aporta DVD de increíbles conciertos y vídeos musicales, más maquetas que prueban cómo de detalladas presentaban las canciones (aunque Morello no pudiera resistirse a cambiar los solos). La apropiación del rap ha perdido su efecto novedoso, claro, pero echarle la culpa a Rage Against the Machine por Fred Durst es como culpar a Abraham Lincoln por John Boehner; las erupciones desguaza-gargantas de De la Rocha sobre el suicidio (como en Settle for nothing) y las balas en la garganta resultan tan primarias como cualquier rock de izquierdas. Quizá más, escuchadas dentro del palacio de sonidos de Morello. Rage eran como una máquina, sí, pero una máquina construida para cambiar mundos.