¿Cómo salir ileso de una bacanal donde la gente se azota, se ata, se araña, se muerde, se grapa y se hace todo tipo de barrabasadas? Es una larga historia... POR Luis Landeira
Interior. Noche. Una nave industrial en el extrarradio madrileño. El espacio se llama Laboratorio de Fantasmas. Y hoy se celebra una fiesta privada de BDSM, es decir, Bondage, Dominación, Sadismo y Masoquismo. Como diría la chacha de Rigoberto Picaporte –solterón de mucho porte–, “que no me pase ná”.
Me abre la puerta Cecilia Estévez, alias Akhesa, una dominatrix de piel blanca, melena negra y escote de vértigo. Con total naturalidad, me dice que lleva un año sin usar zapatos: le encanta andar descalza por la calle y caminar sobre alfombras de clavos. Esta singular anfitriona me guía por un amplio pero claustrofóbico loft decorado en tonos lúgubres, donde se han reunido unos 40 individuos de “inclinaciones sexuales alternativas”. El ambiente está cargado de humo y morbo. Hace un calor infernal y huele a humanidad. Me sirvo un whisky: beber otra cosa aquí me parecería obsceno.
Sin prisa ni pausa, a mi alrededor se suceden espontáneas escenas de violencia erótica. Una mujer madura en silla de ruedas fustiga los traseros de dos jovencitas, mientras un hombre de mediana edad con falda de colegiala espera su turno: “Me gusta que la ama me ponga en su regazo y me azote”, me confiesa. En una esquina, una chica con botas de vinilo castiga el pecho de un clon de Marilyn Manson con una grapadora; le pregunto al masoca –que es artista y atiende por Marco Punk– por qué le gusta que le hagan pupa y contesta: “Yo no lo siento como dolor, sino como placer. Son las endorfinas”. Cerca, una señora pasea con correa a su marido, que está a cuatro patas y sólo lleva tanga, sujetador y medias de rejilla. Y en la zona de sofás, un sosias de Alfredo Landa embutido en cuero recibe arrodillado los bofetones de una dómina. Por un instante, me parece estar atrapado en el clásico de cine gore Shivers, de David Cronenberg, rodeado de zombies pervertidos.
Pero la sensación se diluye cuando veo la pequeña obra de arte que se está gestando en el centro del loft: una abuela con uniforme militar ata con parsimonia a un varón enmascarado y semidesnudo. José María Ponce, pionero del porno ibérico y organizador de la fiesta junto a su ama Akhesa, me cuenta que “el bondage es de las prácticas más peligrosas del BDSM, sobre todo por las suspensiones: se pueden producir caídas, desmayos, lesiones musculares... Así que, quien lo hace tiene que ser un maestro”.
“SIN PRISA NI PAUSA, A MI ALREDEDOR SE SUCEDEN ESCENAS DE VIOLENCIA ERÓTICA”
Al parecer, a estas “play parties” asisten todo tipo de personas: “Aquí hay gestores, constructores, abogados, psicólogos, criminólogas... Son amigos o gente del mundillo BDSM que se entera del evento por Internet”, dice Ponce. En el Laboratorio de Fantasmas no hay reglas ni tabúes, sólo ciertas normas sociales: “Por ejemplo, si te gusta alguien con collar, preguntas si tiene dueño para ver si te deja usarlo”. Vamos, lo normal...
Voy a por otro whisky. En la barra, Akhesa me habla de su peculiar relación con Ponce, su esclavo: “Le he hecho de todo. Lo he pisoteado, lo he paseado con correa por la calle Fuencarral, lo tuve un mes comiendo comida de perro... A José María no le gusta el dolor, pero sí la humillación”. Acto seguido, la princesa descalza se tumba en un sofá y un hombrecillo empieza a masturbarla mientras le aprieta el cuello y le retuerce los pechos.
Miro el reloj: las 5 de la madrugada. Aprovechando que todos están muy ocupados, me escapo a la francesa de este averno de carne apaleada.
Exterior. Noche. Sin mirar atrás, camino entre descampados a la busca de un taxi. Me viene a la cabeza una popular frase del torero cordobés Rafael Guerra Guerrita: “Hay gente pa tó”.