VUELVEN LOS DIOSES GRUNGE. ES EL RETORNO DE UNO DE LOS GRANDES GRUPOS DEL SEATTLE DE LOS NOVENTA: MÁS VIEJOS, MÁS SABIOS Y TAN DUROS COMO SIEMPRE. POR BAD MUSIC
"No tengo adónde ir desde que volví”, aúlla Chris Cornell sobre la espinada carga guitarrera de Been away too long, en el primer álbum de Soundgarden desde 1996. Canta sobre Seattle, sobre volver a casa y sentirse fuera de lugar. También de un sonido, el grunge que su grupo ayudó a definir y que dominó el mainstream rockero.
Su música consigue ser atemporal a la vez que anacrónica. Soundgarden eran los creyentes hard-rockeros entre los revolucionarios del rock alternativo: Nirvana quería destrozar el mundo, Pearl Jam redimirlo, pero el grupo de Cornell quería llevarte al bosque con unas birras a mover la melena con Sabbath bloody sabbath.
El álbum continúa ese sonido original por toda clase de caminos, desde la quemadura de Black saturday, que toma tanto del sur de Asia como del blues de Nueva Orleans, a A thousand days before, una serpenteante meditación sobre la fugacidad de la vida. El momento central es el más heavy: Blood on the valley floor, en la que riffs suntuosamente malvados caen como secuoyas mientras Cornell escupe imágenes de guerra y decadencia.
Y condensa la esencia de Soundgarden: arrolladora pero autodestructiva. Lo que les hizo grunge y no una banda de metaleros más fue su desesperación: sus mejores canciones hablaban de impotencia y depresión, y eso en el Seattle de los 90 sugería abuso de drogas. Pero King animal está grabado por cuarentones sobrios: Bones of birds habla de los retos de ser padre, y Halfway there del estancamiento social. También suenan versos como “No sé donde voy, pero sigo remando”, un mantra que indica que, tras años de reinvenciones, Chris Cornell está contento de ser quien es.